Cuando Porfirio Díaz se entero del levantamiento del espiritista Madero, lo único que pudo pensar fue en el terrible dolor de muelas que tenia. Cuando tomo la decisión de renunciar al poder el dolor ocasionado por sus molares era mucho más grande que la tristeza y decepción de ver como el país que gobernó por treinta años le daba la espalda.
Cuando abordo el Yparinga dejando atrás su tierra mexicana escogió como destino Francia porque ahí se encontraba el mejor del dentista de la época. Cuando se enteró que Zapata se había levantado contra Madero por fin pudo opinar, porque ya le habían retirado la muela que lo atormentaba. Cuando salió del dentista derramó su primera lágrima de añoranza por su tierra perdida pero de alivio también por la despedida de su dolor. Después de ese doloroso episodio Don Porfirio conoció el mundo, fue recibido en grandes salones, visito Egipto, vio crecer al monstruo que según el, Madero despertó y decidió morir en el exilio, maldiciendo como una muela le había costado la presidencia.
Hoy en un ritual sumamente doloroso he perdido la segunda de cuatro de las bien llamadas muelas del juicio; y en lo único que he podido pensar -si acaso lo he logrado- es en el terrible dolor que sentí durante la intervención y los nefastos malestares que ese extraño y caro dolor biológico me han ocasionado.
Hoy olvide que había visitas en la casa y que yo era una de ellas. Olvide que había trabajos pendientes y pendientes por trabajar. Olvide personajes que había por escribir. Olvide historias por contar. Olvide deudas y proyectos; e incluso olvide que Edgar Allan Poe me esperaba en el buró exactamente en la misma página en la que anoche lo deje. Afortunadamente, y a pesar del mutismo al que me tuve que aferrar por el día de hoy, no olvide las palabras, que aunque no he podido decir, espero siempre poder escribir.
Espero que cuando el dolor pase y mis olvidos se vuelvan recuerdos, no sea mucho lo que la muela me haya costado.