«Traidor de nacimiento, miserable, intrigante, de naturaleza escurridiza de reptil, tránsfuga profesional, alma baja de esbirro, abyecto, amoral...»[1]es la forma en la que Clío recuerda a Joseph Fouché omitiendo aquellos adjetivos capaces de mostrar la grandeza de este hombre, el mejor alumno del florentino Maquiavelo, el hombre más importante de su época, el político, el diplomático, el hombre frio de cálida inteligencia, el hombre cuya vida definió uno de los procesos más interesantes y convulsos de la humanidad. Joseph Fouché sin temor a equivocarme es uno de los personajes más grandes que ha dado la humanidad y por tanto está condenado a existir en la sin memoria colectiva, en la devaluación ideológica y en la sombra de sus propias acciones.
Es en el presuntuoso tenor de hacerle recordar a la historia que el pasado es lo que pasó y no de lo que convenientemente se acuerda, en el que el presente trabajo se ubica, pues más allá de repetir los datos biográficos del maestro seminarista, narrar las masacres del mitraullier de Lyon o mentar las tránsfugas del Duque de Otranto pretende demostrar la grandeza de este personaje, capaz de apadrinar a los poderosos y destituirlos a su razón, capaz de sobrevivir a la revuelta revolucionaria, a la afeitada terrorífica de Robespierre, a la estupidez del directorio, a la ingenuidad de sus contemporáneos, a la insolencia caprichosa del Gran Corso y la hermandad de Luis XVIII para finalmente sucumbir ante la alianza perfecta entre la lengua ponzoñosa de Talleyrand, su naturaleza servil y la olvidadiza historia.
Víctor Hugo decía que el futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido y para los valientes es la oportunidad. Joseph Fouché fue por ratos circunstancialmente débil más su ostentosa inteligencia y su frio dominio personal lo llevaron a ser fatídicamente tan valiente que el yugo de la historia lo ha convertido en el más grande oportunista.
Es en esta valentía disfrazada de oportunidad donde Fouché encuentra la mejor herramienta para trascender, es el ejemplo del bajo perfil, del segundo hombre, del poder tras el poder, es por esta valentía que su vida fue muchas veces incongruente, siendo sacerdote en sus inicios para después ser enemigo de “los emblemas ridículos de la superstición” y morir como devoto católico, siendo el patriarca de la teoría del comunismo y considerando lujoso cualquier alimento que no fuera el pan de guerra para morir como uno de los hombres más ricos de Europa. Su astuta incongruencia lo llevo a ser un día el más moderado girondino al más temible y radical jacobino, de ser el verdugo del otrora rey a ser el ministro de su hermano, de combatir sin tregua los privilegios de la nobleza a aceptar un ducado, de ser enemigo mortal de la realeza a instalar en el trono francés a una nueva casa reinante sin tradición ni realeza.
Sin embargo siempre se mantuvo fiel a su carencia de principios a su falta de carácter y a su precoz inteligencia para lograr entre otras cosas salvar a Francia de una invasión inglesa, presentar al mundo al mayor genio militar de la historia, salvar Europa de la invasión napoleónica, lograr la paz europea, corromper sicológicamente al incorruptible de Robespierre, asesinar al rey o proclamar a otro, más su principal logro radica en sobrevivir a la convulsión de la época, ver la lluvia sin mojarse demasiado en ella, decidir la historia y ver como esta lo olvidaba.
Para entender el proceder de Fouché es necesario entender el proceder de la época en la que este logro su cenit y su decadencia, es necesario comprender a todos los personajes que hicieron de este corto periodo uno de los más estudiados, admirados y a su vez menos entendidos de la historia de la humanidad.
El hombre acababa de descubrir que había nacido libre pero estaba condenado a vivir entre cadenas, había descubierto la enciclopedia y la ilustración. Francia brillaba con luz propia y sus intelectuales inundaban Europa con sus ideales de igualdad, libertad y fraternidad; sin embargo la población moría de hambre, de hacinamiento y de miseria, el pueblo pedía pan y la reina ofrecía pasteles, se logro la Declaración de los Derechos del Hombre, el pueblo se sublevo, comenzó la revolución, la monarquía cayo, los cestos ensangrentados se llenaron de celebres cabezas como la del rey, inicio la contrarrevolución, el régimen del miedo, de nuevo cabezas rodaron por doquier, los otrora héroes se volvieron traidores, los traidores héroes, los patriotas extranjeros y la guillotina demostró su carácter igualitario, a todos decapito. Después el Directorio y su nefasta ingenuidad, la ambición de Napoleón, su brillante carrera política, el dominio total de Europa por Francia, la familia Bonaparte, la decadencia de Napoleón, el incipiente regreso de los Borbones a Francia, cien días más de Napoleón, Waterloo, el segundo regreso Borbón y la supremacía británica.
Este es el tímido resumen de solo medio siglo de historia que logro definir la posteridad, pero es el resumen también de los días de Fouché, aquel perfecto camaleón que logro vivir todo el cataclismo histórico, que sobrevivió a la pasional ideología de la revolución, a la afilada navaja de la guillotina, al eclipse Napoleónico, a la venganza familiar, es el resumen de los años del hombre por cuyas manos paso todo este pedazo de historia, que la vivió, entendió y previo como ningún otro estadista de ninguna otra época y sin embargo también es el resumen de la historia que a pesar de escribir se le olvido firmar.
La Revolución Francesa engendro personajes cuya presencia abrumo al mundo entero, cuyos principios se mantienen hasta hoy y sus anécdotas heroicas son bandera de sueños futuros; sin embargo también fue cuna de mentes tan brillantes como disimuladas cuya inteligencia fue oculta tras el romanticismo revolucionario de la bandera tricolor. Danton, Marat y Lafayette encumbran el panteón republicano francés, Voltaire, Rousseau y Montesquieu (los tres pre revolucionarios) el ideológico, Napoleón Bonaparte el heroico e incluso Luis XVI, María Antonieta, Luis XVII y el Rey de Roma el panteón martirizado de Francia. Sin embargo personajes tan audaces, inteligentes y poderosos así como poco distinguidos, morales y heroicos como Sieyes y Talleyrand se encuentran en segundo término, y Joseph Fouché es relevado a un tercer término, a ser considerado un simple político oportunista, un eterno enamorado de la servidumbre del poder. Cruel ironía de la historia, el hombre que vivió toda su vida en segundo término, que fue el segundo hombre del poder; ocupa un tercer lugar en el panteón francés.
El hombre que se midió al tú por tú con el vicioso Talleyrand, que mato a Luis XVI, decapito a Robespierre, que fue temido por Napoleón y que aconsejo a media Europa e intrigo a la otra mitad, murió embriagado en la soledad del poder que nunca fue capaz de tener para sí mismo, en la soledad del servidor del poder, en la sombra de los hombres que construyo y destruyo al por mayor, en la sombra del heroísmo que ocultamente encabezo, en la sombra del comunismo que engendro, del radicalismo que defendió, en la sombra de la república que construyo, del imperio al que contribuyo, de la policía que creo, en la sombra del reino que impuso y de la Europa que vivió.
Sin lugar a dudas, este desliz olvidadizo de la historia se debe a que Fouché fue tan grande que su época le quedo chica, fue un hombre que se adelanto al momento histórico y definió el instante, un hombre que no encaja en ninguna de las etapas que construyo porque siempre fue más adelante. Este olvido voluntario tiene su motivo en la necesidad religiosa de tener un principio en que creer, de agrandar a los hombres de moral construida, pues para disfrazar los vicios propios se tienen que ocultar también las virtudes ajenas.