Dicen algunos sabios que los artistas son los hijos mayores de Dios. Que mientras este los creaba les dio un poco de su poder y les permitió imitarlo dentro de sus posibilidades.
Los artistas juegan a ser Dios cada vez que empiezan sus obras, juegan a crear y a destruir, a manipular el tiempo y el espacio, hacen milagros y vidas e inventan verdades.
Igual que a Dios, a sus hijos predilectos les da por sellar cada una de sus obras, por inmortalizarse a través de ellas, y en muchos casos por no aceptar ninguna otra creación que no venga de ellos.
Son tan testarudos los artistas, que incluso hay quienes dicen que es Dios el hijo mayor de ellos, aseguran que en su egoísmo inventaron a Dios a su imagen y semejanza.
Pero esto no fue siempre así. Había tiempos, en la que los artistas no existían y se llamaban artesanos, se agrupaban en gremios y carecían totalmente de originalidad.
Los artistas antes de inventar nuevas realidades, se dedicaron a replicar la realidad que Dios les invento. Con el paso del tiempo, se hartaron de ella y empezaron a inventar cielos que no siempre eran azules, pastos de colores mas allá del verde sustituyendo su replica por su interpretación.
Sin embargo, las odiseas de Dios y sus amigos permanecieron como tema nodal de las insipientes creaciones.
El tiempo siguió avanzando y el hombre despertó de su ceguera, se explotaron las perspectivas de la interpretación y se decidió imitar a Dios en su acto más notable: crearon vida y se volvieron inmortales.
Hoy Dios esta sentado a la derecha de Shakespeare, Pedro tiene las llaves de la biblioteca, los apóstoles comen cada noche su última cena a lado de Goethe y Cervantes mientras Miguel Ángel pinta la escena. Camus y Beckett borran el cuadro cada noche para que Miguel Ángel lo vuelva a pintar.
¿Quién invento a quien? Ese es el dilema.