La oficina donde juego a ser adulto, donde me uno a la estadística de individuos productivos, donde paso la mayoría de mis instantes recientes, no es solo un edificio añejo que antaño hacia de cine, lleno de hombres encorbatados y mujeres de zapatos altos; es también un lugar de formas y personajes que por instantes parecen haber salido de un libro.
La abismal diferencia entre lo que las mayorías ven en la estructura de la oficina con lo que mi padre ve en ella me hace recordar los molinos de La Mancha.
Mi eterna espera a que el sol se esconda y la luna se haya acostumbrado al cielo para poderme ir, me hace pensar en las largas y tediosas esperas de Penélope.
Tengo por compañeros reencarnaciones de personajes literarios, desde la doble moral de Tartufo hasta la obediencia ciega de Winston Smith (al final de sus días adorando al Gran Hermano) pasando por el inconformista Julián Sorel, el ambicioso Shylock o el solitario Aureliano Buendía; aunque la mayoría resultan tan ordinarios como Tertuliano Máximo Alfonso de Saramago.
Me niego a creer que en este festival literario no aparezcan personas con la pasión de Madame Bovary, la inteligencia de Sherlock Holmes, la belleza de Lady Windermere, la complejidad de Dr. Jekyll o por lo menos la magia de Melquiades.
Quizás el día que vuelva a trabajar en algo que me apasione, que vuelque mi espíritu y eclipse mi mente; esos personajes que tanta compañía me han hecho, vuelvan a aparecerse frente a mi usando la mascara de nuevos compañeros de trabajo, pues a favor de los actuales tengo que confesar que su simpleza no radica en su esencia sino en mi ojo.
Mientras tanto a esperar, (afortunadamente son muy pocos días) en una de esas se me aparece un tal Godot.