Constantemente hablo con mi padre. Constantemente estoy en desacuerdo con el. Suelo asombrarme de las enormes similitudes que tenemos pero también me llaman la atención las abismales diferencias que nos separan.
Un tema recurrente en nuestras pláticas tiene que ver con el enorme y variado catálogo de creencias de mi padre. Creé entre otras cosas en el Feng Shui y en el Dios de los católicos. Abraza la metafísica y demás pseudo filosofías modernas que iniciaron con el bestseller del Secreto y su Ley de la Atracción.
Sin embargo nunca hablamos de mis creencias, incluso con insistencia me comenta sobre mi falta de fe. Pues asume que mi nulo fanatismo se traduce en una incapacidad para creer en “algo” pues dentro de su peculiar idiosincrasia es necesario que se tenga fe, pues ve en ella el camino hacia la felicidad (a la que venera con el nombre de “éxito”).
Hoy me puse a pensar en ese enorme catálogo de creencias que buscan seguidores. Y decidí inscribirme en una de ellas.
Feng Shui.- Demasiado oriental
Catolicismo.- Demasiado sufrimiento
Testigos de Jehová.- Demasiado fascista
Zoroastrismo.- Demasiado complejo
Cienciología.- Demasiado en boga
Budismo.- Demasiada calma
Islam.- Demasiado radical
Ergo, ninguna suscripción me atrae, de las que entiendo y conozco difiero demasiado. Todas tienen uno o más elementos que me atraen pero son incompatibles entre ellas. Todas me resultan dignas de estudio pero en ninguna basaría mis esperanzas.
Que feliz y sencillo seria mi dilema si la mitología greco-romana aún dominara el orbe. Dioses cercanos y divertidos, capaces de amar y odiar, apasionados y orgullosos. Los hay para todo gusto y ocasión. Sin embargo también me resultaría complicado depositar en ellos mi fe.
Preocupado por saber que mi padre tenía razón sobre mi incapacidad de creer; decidí, en ese divertido afán de rebeldía juvenil depositar mi fe en algo más terrenal. Los requisitos son sencillos e incluyen cercanía, palpable dentro de lo que cabe, más realista que milagroso, abierto a ideologías e idiosincrasias, capaz de divertir y ser tomado en serio.
Y lo encontré, siempre he sentido algo más que amor por él, lo he estudiado, vivido y sin lugar a dudas depositado mis esperanzas e ilusiones en él. SOY UN FANATICO DE MÉXICO.
Ricardo López Méndez entendió esto hace muchos años escribiendo este famoso y conmovedor poema casualmente llamado Credo.
¡México, Creo En Ti!...
Por Ricardo López Méndez
México, creo en ti,
Como en el vértice de un juramento.
Tú hueles a tragedia, tierra mía,
Y sin embargo, ríes demasiado,
A caso porque sabes que la risa
Es la envoltura de un dolor callado.
Sin que te represente en una forma
Porque te llevo dentro, sin que sepa
Lo que tú eres en mí; pero presiento
Que mucho te pareces a mi alma
Que sé que existe pero no la veo.
En el vuelo sutil de tus canciones
Que nacen porque sí, en la plegaria
Que yo aprendí para llamarte Patria,
Algo que es mío en mí como tu sombra
Que se tiende con vida sobre el mapa.
En forma tal, que tienes de mi amada
La promesa y el beso que son míos.
Sin que sepa por qué se me entregaron;
No sé si por ser bueno o por ser malo,
O porque del perdón nazca el milagro.
Sin preocuparme el oro de tu entraña;
Es bastante la vida de tu barro
Que refresca lo claro de las aguas,
En el jarro que llora por los poros,
La opresión de la carne de tu raza.
Porque creyendo te me vuelves ansia
Y castidad y celo y esperanza.
Si yo conozco el cielo es por tu cielo,
Si conozco el dolor es por tus lágrimas
Que están en mí aprendiendo a ser lloradas.
En tus cosechas de milagrería
Que sólo son deseo en las palabras.
Te contagias de auroras que te cantas.
¡Y todo el bosque se te vuelve carne!
¡Y todo el hombre se te vuelve selva!
Porque escribes tu nombre con la X
Que algo tiene de cruz y de calvario:
Porque el águila brava de tu escudo
Se divierte jugando a los “volados:
Con la vida y, a veces, con la muerte.
Como creo en los clavos que te sangran:
En las espinas que hay en tu corona,
Y en el mar que te aprieta la cintura
Para que tomes en la forma humana
Hechura de sirena en las espumas.
Porque si no creyera que eres mío
El propio corazón me lo gritara,
Y te arrebataría con mis brazos
A todo intento de volverte ajeno,
¡Sintiendo que a mí mismo me salvaba!
Porque eres el alto de mi marcha
Y el punto de partida de mi impulso
¡Mi credo, Patria, tiene que ser tuyo,
Como la voz que salva
Y como el ancla...!